Odiosa ciudad
DE PARADA EN PARADA
Creemos a ciegas en las sirenas de ultramar
son ellas nuestra razón de ser,
nadamos contra la corriente si fuera necesario
y es prudente dejar los sueños en remojo una vez más
cuando las olas embravecen y amenazan la existencia.
No queremos morir, como el poeta que no concibe
muerte,
queremos perpetuar en la consigna de vencer,
de llevar nuestros sueños a feliz arribo.
Sin embargo perpetuar es saber perder
aplazar la victoria final para otro día
cuando florezcan los botones cosechados.
Y si ese esperar significa morir en el intento
“bienvenido sea”, porque el final nunca llega
cuando se vive colmado de ilusiones.
Y mientras tanto esperar es solo un paso
añorando que claree la turbiedad
PIDIENDO BENDICIONES A LA MADRE TIERRA
Inmerso en la más odiosa de las ciudades colombinas,
teñida de traiciones desde los tiempos santanderinos,
adobada luego por las monstruosidades de la burocracia
en doscientos años de sazonar sus hieles, y más,
saco la nariz a flote y el corazón lo acorazo de esperanzas,
clamo por una oportunidad para mi estirpe y todas las demás.
Que la majestuosidad de la Sabana se apiade de nosotros,
en su poderío decline la venganza a quienes la enturbiaron
y contenga el azote de su rabia acumulada,
es posible que haya otros caminos de equilibrio
una variante que no mueva los cimientos viscerales;
que la mano del hombre haga justicia retirando sus mimos,
que se opaque su brillo y palidezca la ornamentada fantasía.
Que no sea el cataclismo el que recuerde la falsedad que
embarga
la Capital de un pueblo que ha sufrido injusticia desde
siempre,
desde cuando civilizaron sus naturales huestes
malogrando el encanto que embargaban sus tribus de celestes
influjos.
Que no haya otra inundación que obligue a un Bochica a descorrer
las aguas
tampoco un latigazo que desmadeje en trizas las carnes
doloridas,
que sea el abandono a su innegable suerte de codiciosos amos.
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